miércoles, 21 de julio de 2010

Deep Blue Sea.


Llegó a la habitación del hospital, se sentó junto a ella, la besó en la frente y tomó su mano apretando justamente hasta significar que ya estaba allí a su lado, su buen amigo; ¿Cómo estás? La mirada de la mujer era cristalina pero se contuvo, él apremió la respuesta con una sonrisa y rogaba que aguantara las lágrimas.
- Ya me ves, me duele mucho el pecho, me cuesta respirar y cualquier movimiento me fatiga, siento pinchazos, presión y tardo en volver a recuperar la estabilidad neutra, ya me entiendes -levantó las cejas- ni sana como una manzana ni con síntomas de malestar. Hago trampas para dejar de sentir el nerviosismo colateral.
- ¿Qué te ha pasado? - No dijo que al enterarse de su mal se preocupó mucho, reprimió el cometario, le parecía egoísta.
- Una mala compensación, pretendí subir muy rápido, por suerte lo puedo contar.- Él la tradujo; por suerte lo quiere contar, por desgracia lo necesita contar.
- Adelante, entre otras cosas, a eso he venido.
- Me encontraba a oscuras en lo profundo de la inmensidad del mar, sin saber cómo llegué ahí abajo, la presión en mis oídos era brutal, hasta el punto de enloquecer, y tan rápido quise salir que únicamente pataleé hacia arriba. La disposición de mis brazos no ayudaba, sólo pataleaba conteniendo la respiración, pensaba a cada instante que me quedaría allí, condenada a no poder pensar en otra cosa que no fuera proteger mis tímpanos y se me estaba agotando el aire. Nadé, nadé, nadé hacia arriba, buscando luz, sólo quería sacar el cuello a la superficie, tenía que hacerlo, me iba todo en ello y te aseguro que me sentía débil desde la primera brazada.
Él la miraba serio y compuesto, atendiendo atónito, escuchando, no estaba irritado, si no se sabe que alguien necesita un flotador es imposible tenderlo. No era demasiado empático pero toda regla tiene su excepción.
- Sabes que se debe subir despacio, sabes que hay que hacer paradas, los pulmones no aguantan los cambios súbitos de presión.- Le interrumpió, no le salía la voz casi del cuerpo;
- Hice alguna, de verás, pero me atacaron más, me desesperaron infinitamente más y aumenté el ritmo.
- ¿Paradas?
- Vi delfines, mi tabla de salvación pensé, mi compañía hacia la inmensa salida horizontal del mar, si acaso transitoria mano amiga, compañía que aliviara mi cansancio. Resultaron ser tiburones, nadan en las mismas aguas, a las mismas profundidades, pero son voraces, terminaron de devorar lo poco que me quedaba, los confundí.
- ¡Ay mi pobre lucero! ¿No andabas ya prevenida?
- Eso pensaba, pero con tan poca luz eran idénticos al tacto, luego palpé sus dientes y volví a impulsarme huyendo, las leyes de los fluidos dejaron de existir, no sabía si mi dirección era vertical u oblicua, si había retrocedido, si recorría circunferencias horizontales. Puede que un golpe de marea me dispusiera de nuevo en la dirección pretendida y entonces olvidé de nuevo la paciencia, dejé de recordar una vez más la necesidad de la compensación y aquí me ves. De nuevo a merced de los tiburones- suspiró, cambió la dirección de su mirada mientras le recorría la tristeza, la certeza de su incapacidad para mantenerse tranquila, lo raudo de sus inspiraciones que le hacían sentirse por momentos viva pero que hiperventilaban sus propósitos - Gracias por estar aquí conmigo, de veras, te he echado en falta pero no me atreví a llamarte antes, tengo cierto empacho ¿Me comprendes, verdad? - Asintió y tomó el relevo en la conversación;
- Podría -Él no dejó de mantener agarrada su mano- acompañarte en el resto del trayecto pero no está entre mis posibilidades ofrecer más que mi compañía, sabes que tienes mi mano asida a la tuya si la necesitas pero debes mirar al final de tu otro brazo, ahí está la mano que de verdad apartará el agua. Podré escuchar cuando en voz alta me cuentes cómo te encuentras, saber de tus planes, ayudar a que se alivie tu dolor pectoral pero escúchate tú también, medícate tú también. Te equivocas y no. Sigues a merced de las bestias porque la salida no es la superficie de donde hoy te han rescatado. Te volverán a dejar allí. Busca la orilla, debes ir hacia la orilla.
Y ella interiorizó y se repitió unas cuantas veces; Debo ir a la orilla, debo buscar la orilla, hay una orilla y allí llegaré, allí me secaré, sólo en la orilla me voy a poner buena.
Le besó en la mejilla, le abrazó, le sirvió la charla, le aplacó la compañía, le reconfortó la mano de su amigo, apretó su otra mano, respiró profundamente.
- ¡Camarero! - Bella sonrisa, sublime mirada, olvidando por un segundo su dolor en el tórax, soltó la mano de su amigo, la elevó enérgica, se recolocaba la melena rubia y lisa con la otra- ¡La cuenta por favor!.-

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