domingo, 13 de febrero de 2011

DESCONCERTADOS



Tumbados sobre la cama ella le preguntó si estaba enamorado. La cuestión no le resultó de fácil respuesta pero dijo que no. Aprovechando la tenue luz de la habitación, contestó su pregunta negativamente. La chica dijo tampoco estarlo, sin embargo, en las voces y palabras de ambos se percibía la baja de tono. Si bien ninguno expondría su confusión ante el compañero, no tuvieron la mínima duda en reconocerse admiración mutua. Registraron tiempo antes una amistad a prueba de balas, tanto que sobraban las palabras. Hasta tal punto llegó la complicidad, que se daba por hecho que las manos de uno estarían a disposición del otro sin mesura ni objeciones, en caso de ser solicitadas. Desde luego que entre ellos existía el amor, fuera de toda duda esta cuestión, se preguntaban interiormente sobre la categoría del mismo.



Estaba claro que ninguno daría su brazo a torcer, el tesoro del cariño entre ambos debía ser protegido, incluso hasta la sublimación del sentimiento propio, hasta llegar a amordazar el corazón. No se harían daño, sería algo imperdonable para ambos. La íntima y profunda desesperación que les produciría ser responsables del mínimo estremecimiento del compañero de cama les arrojaría al más desolador desierto conocido. Desde luego que no se lo permitirían.



Tan dispares como adorables, mientras hablaban de la batalla de plumas recién acontecida y de la situación en la que el arrebato colocaba su incuestionable amistad, pensaban en la magnífica conexión sucedida entre los dos. Una locura, momentos de pasión vividos intensamente, dulzura y acompasamiento, besos en el cuello y en las manos, de haberse podido besar en el corazón lo hubieran hecho. Agitando los cuerpos en la noche de verano, se envolvían como lazos de seda, se retiraban, detenían y proseguían. Respiraciones casi simultáneas, frenéticas en ocasiones, tan sosegadas en otros momentos que podrían pasar por fotogramas invariantes de una escena romántica. Si la conexión emocional entre ellos era plena, no menos notable se antojó la puramente sexual. Frutas, la primera unión y la otra, del árbol con tan indeleble sabor sello que imprime la cercanía entre los espíritus.



Dios nos coloca en el mundo sin preguntarnos dónde queremos ir. Somos nosotros quienes hacemos el camino y salvamos las distancias, o nos detenemos ante las supuestas o ciertas vías muertas en la búsqueda continua del libro del sentido de nuestra vida.



Sea donde fuere, ante una intersección, o detenidos ante un obstáculo, se encontraron tiempo antes. Si bien parecen seguir diferentes itinerarios, distintos eran también los caminos que les condujeron al primer contacto, no es menos cierto que se marcaron puntos de encuentro, “checkpoints” a visitar para verse, para abrazarse. Resultó que en uno de ellos traspasaron, sin caer en la cuenta, la pretendida línea sin retorno. Probada frontera existente o no, mentira a no asumir por muchos, verdad incontestable para otros tantos.



No está nada mal tener a alguien para compartir vivencias, emociones, recuerdos y avatares de la vida. Nada mal cuan se encuentran almas gemelas, corazones de idéntico logotipo. Aquéllos que están ahí para escuchar al tiempo que demandarán la debida atención y valoración sincera de sus palabras. Loco por pobre de aquél que no cuide el templo de la amistad verdadera. Tragedia de solemnidad es la vida en la orfandad de aprecios.



Se apresuraron a defender sus corazones con la premisa de que todo, contado paréntesis de tamaño éxtasis, continuaría como hasta la fecha. Convencidos de su capacidad para mirar hacia otro lado – lo recordarán siempre – la chica continuó hablando.



Dentro de sí seguía sin entender cómo había llegado hasta la cama, no entraba en lo previsible – al menos eso se repetía constantemente -, o tal vez sí, pero no estaba dispuesta a aceptarlo. Sintió curiosidad y quería saber los motivos del arrebato de su amigo. Ataque aceptado y correspondido se tradujo en los matices de él. Posible brote de orgullo.



Ella se coloca en la cima de la colina a defender, puede que más indefensa y expuesta en alma, tomó la posición estratégica y quería hablar. Sentía curiosidad por los motivos de él, debería contarle si anduvo premeditando sobre el contacto más íntimo. Si la quería debía saberlo, si la amaba estaba en la obligación de decirlo. De nuevo convino para sus adentros, sin el remoto error a la duda que la quería.



Efectivamente fueron horas de amor a gemidos, gratificantes momentos que dieron una dimensión nueva, inexplicable incluso, inesperada pero, sin lugar a dudas, a ninguno de los disgustará el recuerdo de los seres desnudos al descubierto. Se habían acariciado mucho antes, masajes reconfortantes con letra y música, helados en marquesinas de autobús protegiéndose del sol de justicia de la ciudad más acogedora de cuantas existen.



Él escapó como pudo, las flechas desde la cumbre eran tan certeras que dudó, hasta balbuceó y le resultó imposible en ocasiones acabar las frases. No disponía de la capacidad de reacción de ella, necesitaba más tiempo para pensar, contestaba descolocado mientras se pretendía poner a salvo hasta poder hacerlo serenamente. No dejaba de acariciarla. Era tiempo de medir profundamente las respuestas o, al menos, eso pensaba. Sin darse cuenta, en el trasiego de ideas que circulaban por su mente, insistía tercamente en dejar la conversación para otro momento. No supo ver que su actitud en sí ya era una respuesta que ella entendía perfectamente. Necesitaba tiempo, incluso para dar explicaciones a su propio ser.



No podría responder si había sido un soldado de fortuna -le sonaba horrible, seguro que no, pero también lo pensó – con ella, o realmente estaba enamorado, pasando por todos los supuestos intermedios. Sin la mínima idea había contestado que no, a bote pronto, su cálculo apostaba por el bienestar de ella. Al preguntar primero, la chica, podría amoldar también considerada respuesta para no herir los sentimientos del hombre, para no exponerse, para no ejercer presión, para proteger su corazón llegado el caso.



Continuaron acariciándose, amándose como si el fin de los tiempos estuviera esperando el amanecer. Exhaustos durmieron abrazados, se besaron, se amoldaron a la confortable cama. El cenicero reposaba en el suelo, recogía las colillas a medio acabar del tabaco que fumaron en las pausas. Sabedor quedó el objeto de que no recogería más cenizas mientras los amantes durmieran. Podría haber llegado el Armagedón, no habría inmutado a los durmientes en la primeras horas de sueño. Si Klimt hubiera retratado una pareja desnuda durmiendo abrazada, en lugar de su célebre beso, posiblemente no habría demostrado ser más que un ilustre “voayer”. Es posible reconocer la belleza en el arte, es posible que el arte haga aflorar sentimientos, es una verdad imposible de corromper que aquella imagen era magna por preciosa, grandiosa por inesperada, tierna por derecho propio, estremecedora estampa que sólo pueden representar dignamente los seres humanos, mención aparte para la pareja.



Tenía que llegar la gran cuestión, y llegó. Efectivamente, ella la expuso minuciosamente. Presentó los antecedentes, su sorpresa, su respuesta al momento en que se acercó a ella y la besó sin mediar palabra para luego deshacerla entre sus manos, sin lugar a dudas la había llevado a un lugar llamado delicia, fiel sirviente de las demandas sexuales de ella, no reparó más que hacerle gemir insistentemente, fue cuidadoso en las arrancadas, atendió sus leves indicaciones sin egoísmo, así entendía su amigo el sexo, y no dejó de besarla. Repasó con caricias y pequeños mordidos todo su menudo cuerpo. Imposible para una, complicado para el otro.

Cruzaron al igual que niños enfrentando los términos, imposible versus complicado. Complicado para no herir ni remotamente los sentimientos, imposible para descargar al amado.



Se despidió de ella con dos besos en los labios, justo un par, en la concurrida avenida nadie giró su rostro hacia ellos, inapercibidas almas en el tumulto. Volvería a aquella cama de nuevo pero, como ocurre siempre desde que dejamos el Edén, hasta la pasión más desmedida termina, bien se pospone, bien se disuelve en el tiempo dejando huellas más o menos profundas en la memoria. Maldijo a Eva sin compadecerse lo más mínimo de Adán – de quererla no habría probado bocado – pensaba para sí.



Tiempo para pensar, él se marchó afianzando su anterior “complicado”, ella, mientras, daba vueltas a su “imposible”. Pensaron ambos que igual el compañero no erró en el calificativo. De otra forma, los dos fueron convincentes, tanto como para meter en razón al otro, cuestión nada fácil entre cabezotas.



Fue entonces, alejados el uno del otro, cuando él recopiló todas las palabras, todos los gestos, las miradas, las negaciones. Entonces cayó en la cuenta. Inevitablemente la reflexión le condujo justo directamente a la cabeza de ella. Lo entendió todo perfectamente. En parte se sintió dolido consigo mismo. La nueva perspectiva elevaba a la mujer al umbral desde el cual nunca las de su género debieron bajar. Lo abandonaron con los tiempos modernos, voluntariamente, un devenir no criticable para el hombre – “pero sí opinable al fin y al cabo”.- Sabía que era especial y noble.- “¿Cómo no caíste? ¿Cómo?"-



Puede ser que ante el impulso de lo posible pero imprevisto – lo nunca descartable para alguien que gustaba de vivir la vida intensamente es siempre un abanico amplio – olvidase el cortejo. Las mujeres que obviaban ser cortejadas carecían de mucho interés para él o, si por algún casual lo merecían, habría que buscar razones algo más complejas.



La atracción marcha en un sentido, en el contrario o en los dos. Él era consciente de lo anterior, pero siempre asumió que su papel debería ser el del iceberg que rasga un casco, el gusano que penetra en la manzana, el lanzador, aquél que toca primero el balón tras el silbido del árbitro. Si se sentía atraído por una mujer, más tarde o más temprano ésta acabaría sabiéndolo. Si no estando interesado por desconocimiento, percibía receptividad o miradas explícitas o coquetas de mujeres presumiblemente cautivadas por sus encantos, tomaba de igual modo la iniciativa.

Sus arrojos románticos – sexos esporádicos o affaires al margen – sus usos de Don Juan, demostraciones de amor y disposiciones de entrega total, precedieron siempre sus relaciones de pareja. Cortejó a sus mujeres con caballerosidad y siempre, tuviera éxito o no, les mostraba de antemano que el amor que él sentía por ellas era “de hombre”, revestido de pureza y alta nobleza.



Amar como un hombre cosiste en amar plenamente, sin escondites ni reservas, medias verdades. Amar conociendo las diferencias entre varones y hembras, aceptar el rol y cumplirlo exquisitamente. Un amor de hombre jamás tendrá resquicio animal. Cierto es que no se debería ampliar con más palabras el término amor, para quienes creen en él su mera lectura sobra. Ocurre que no siempre los hombres, aunque no lo reconozcan, no siempre aman como tales. 



Desconcertado primero, tal y como estaba ella, siguió recordándose que no la había cortejado. No hubo paso previo que dejara las puertas abiertas al romance. No se le mostró como un enamorado. Fue más allá, incluso le dijo que no lo estaba ante ese leve tercer grado al que fue sometido entre aquellas plumas.



Estaba molesto consigo mismo, cabreado por momentos. ¿Cómo pudo tener ese arrebato con una persona a la que amaba y por quien además sentía profundo respeto y admiración? ¿Cómo se arrancó a la velocidad del rayo y la besó? ¿Cómo no observó que su pasión en la efusiva amistad que mantenían venía precisamente de la forma de ser de ella? La razón que le acercó a la chica era fruto de la diferencia entre la chica y el resto del común de las mujeres que últimamente encontraba en su vida. Posiblemente era alguien tan especial para él que en un segundo, sin premeditación – y sin descarte previo – quiso hacerla suya y se entregaron el uno al otro en horas de amor hasta el momento no catalogado.



Ella, en sus preguntas y referencias a lo sucedido, sólo estaba gritando, pidiendo una explicación. Mientras, su interior lo invadían las dudas y las preguntas: ¿Por qué no me has camelado? ¿Por qué no me has hecho saber primero que sentías algo por mí? ¿Acaso no me conoces bien? ¿Y si resultara que al final tenemos una historia? Me hubiera gustado otro comienzo, los sabes. Me has dejado tan desconcertada que ahora mismo no te conozco. Y si yo sí estuviera enamorada de ti. De estarlo tendré que callarme porque no sé explicarme qué ha pasado. Releídas las conversaciones, te has mostrado tan parco en palabras que ya no sé qué narices pasa aquí.



No le salían las palabras en aquel momento, fue directo a por ella, tenía la certeza de que devolvería el beso, tal vez nuestra dama lo esperaba pero no lo pediría jamás, ella no. Se querían tanto que se daban miedo y por eso no hubo insinuaciones previas sino disimulo, frases abiertas, comentarios sobre las vidas amorosas de otros, que perspicazmente acababan con una explicación de lo que cada uno hubiera hecho de estar en los lugares de las terceras personas, cuyas aventuras trajeron sobre la mesa de aquel confortable salón.



Definitivamente el hombre llegó a la conclusión de que debió hacer el papel que siempre había hecho ante mujeres a las que amaba o, de no estar seguro de sus sentimientos, quedarse quieto y dar más tiempo. Pudiera ser que tuviera claro su amor, pero tampoco quería comprometer a su amiga, y no estaba dispuesto a perderla bajo ningún concepto, con o sin sexo, con o sin aquellos apasionantes momentos.



Relato escrito a finales de verano de 2010.





domingo, 10 de octubre de 2010

El Contrato.


Invitado por Laura y su marido, amigo personal, disfrutaba del primer amanecer en el cuarto de invitados. Aguardaba la hora del desayuno mientras fumaba un pitillo en el balcón. Tras la última calada, acudiendo al baño con su neceser en la mano, le llamó la atención la extraña presencia de un sobre asomando de un libro. Ocre, alargado, pretendiendo ser visto con medio cuerpo fuera de la obra que le guarecía. Cayendo al suelo a razón de milímetro a la semana.

Afeitado e intrigado volvió directa e indiscretamente a por él, le invadía la curiosidad. Los libros estaban colocados de cualquier manera en aquel estante; pastas hacia afuera, soportados en alguna altura por objetos de considerable densidad y escaso volumen, comprimidos en otros casos entre las paredes del mueble. Caótica estampa que acrecentaba el misterio. Pudiera ser que tal disposición invitará de igual modo a descubrir uno a uno los títulos que allí parecía llevaban demasiado tiempo olvidados y abandonados a su suerte. Sumó esa inquietud a la original.

La puerta estaba cerrada con llave, nadie sabría de su indiscreción. Tomó el sobre, dentro, un papel firmado.
Bien presentado, impecablemente escrito y firmado por su amigo. Del vistazo preliminar - en el que sin leer ni atender a nada exclusivamente nuestro cerebro otorga un sentido, un significado a las borrosas formas que le llegan - concluyó que lo que tenía entre sus manos era un documento serio, preparado con esmero. Un contrato. Si bien ahora estaba guardado con cierta ligereza en su día, se ratificó en el pensamiento más tarde, debió ser sumamente importante.

Redactado por el firmante, de quién el curioso protagonista era huésped, comenzaba diciendo;
Vísceras – pensó el invitado que podría haber elegido otra palabra para comenzar- y Pensamientos, en cuerpo y alma, reunidos de una parte la única herramienta de la que dispongo en esta vida y lo que a duras penas la gobierna, acuerdan solemnemente que bajo ningún concepto, nunca más, mientras sigan ocupando un lugar en el mundo, dejarán de mostrar los sentimientos a las mujeres que consigan enamorarles. De aquí en adelante se mostrarán rendidos y a merced ante tales damas sin tener el mínimo reparo en decir claramente cuáles son los sentimientos hacia ellas. 

Dará libertad la mente al cuerpo para el rubor, el leve temblor y el nerviosismo. Asimismo tendrá el cuerpo la consistencia suficiente para aguantar los envites, procurando hacer soportables las taquicardias y los nudos en el estómago llegado el momento. Dará la mente al cuerpo el suplemento energético para abordar cuanto la amada demande, igual que éste se mostrará con tal fortaleza que jamás la primera dudará de su inestimable ayuda. Confiarán el  uno en el otro imperturbablemente.

Hizo un alto en la lectura mientras formaba en su mente la idea del compromiso interior de su amigo. Entre las miles de confidencias que le había hecho nunca le dijo nada acerca de un tema similar. Ni una sola palabra sobre el cambio de actitud ante las mujeres que pudieran tocarle el corazón. Recordaba, sin embargo, un cambio de comportamiento en él los meses antes de comenzar su idilio con Laura. A la firma del contrato que tenía ante sí, entendía, su amigo jamás dejaría pasar por su camino sin detener a ninguna mujer que le hechizara. Se destruyó entonces la pretendida coraza que parecía mostrar fruto de los fracasos anteriores y que también quiere salvaguardar al caballero de futuribles derrotas. Quedó guardado bajo siete llaves su orgullo masculino. El miedo al qué dirán le resultaría ya irrisorio sabedor de la nobleza de sus actos y la sinceridad de sus palabras. 

Ni tiras ni aflojas más allá de un escueto límite de aquí en adelante. Una cosa sería el juego del amor, del enamoramiento, de las miradas que se clavan y las cortesías, otra esperar por los motivos que fueran con el considerable riesgo de pérdida.

Llegado el momento se plantaría, y supone que así hizo con su mujer, ante el dulce tormento de sus sueños y levantaría las cartas. Mejor o peor calculada situación, éxito o fracaso y tranquilidad en el espíritu.

Pensaba, mientras tenía el documento por terminar, que había elegido el mejor de los caminos, se había colocado en una posición imposible de atacar, estúpidamente criticable. Una opción de vida verdadera. Laura podría haberle rechazado, puede que antes de ella lo hiciera otra, puede que se acabe su matrimonio, podría ser, pudiera ser, será entonces, sería entonces. Tiene, siempre desde entonces tuvo, este contrato.
¿Y qué motivos le habrían llevado a tal redacción? ¿Un antiguo amor que no consiguió? ¿Un exceso de celo cerrojo de la exposición de sentimientos y su consecuente pérdida? ¿Querría, tal vez sea eso, regalar a la mujer elegida un gesto para recordar por siempre? ¡Qué maravilloso regalo!

El uso del plural en el papel le dejaría bien claro, en las sucesivas lecturas, que los amores vienen y se van, a veces son enamoramientos transitorios que luego se desprecian con cierta desilusión tras el juicio a la otra persona y la conclusión de la no conveniencia. No identificar el papel con ningún nombre, fuera Laura, fuera otra, fuera ninguna, quien por entonces ocupara su corazón y le mantuviera inquieto, le recordaría por siempre que en este precioso mundo nuestro hay multitud de personas capaces, por sus virtudes y las que les otorgamos subjetivamente, de hacernos desvanecer de amor. En ese momento se obligó a echarse hacia adelante, seguro que fue meticulosamente meditada cada palabra escrita, tan cierto como que lo cumplió.Continuó leyendo.

Aceptando las partes representadas por el abajo firmante lo escrito anteriormente y comprometidas inequívocamente en cumplir el compromiso sin objeción alguna se da validez por siempre a este Contrato con todas las implicaciones y obligaciones que razonablemente se puedan deducir del mismo.
Terminaba la carta señalando lugar, con fecha y firma, la primera letra de la misma era de tamaño considerablemente mayor al resto.

Se cuidó de dejar el sobre exactamente en la posición desde la que lo tomó. Un brillo especial irradiaba desde sus ojos mientras imaginaba el momento en que su amigo le enseñó a Laura su definitiva declaración de intenciones en el amor. 

Consideró que era una hora prudente para bajar a poner fin al ayuno nocturno, el matrimonio le recibió con efusivos buenos días. Él les miró participe de su secreto, ellos se preguntaban si habría leído ya El Contrato.

Madrid, 10 de octubre de 2010






domingo, 19 de septiembre de 2010

Inesperadamente. Quiere salir de dudas.

Llegó a casa cansada, pensando en qué hacer aquella noche hasta que vio la carta. Sólo se quitó un zapato y se sentó a leer;

<< Quiero que se de paso al otoño y recibir el frío que tan bien le sienta a este cuerpo. Deseo desgarrarte la camisa, conducir mis dedos tras tu nuca y abrir la palma de la mano para luego tentarte con las yemas y acercar tu boca a la mía.

Quiero salvar los metros que distan entre ambos y tomarte entre mis brazos, arrugarte la cara para que tus labios se aprieten sin orden, que se plieguen y luego besarte. Decididamente soltaré tu sujetador con un leve chasquido de mis dedos y te seguiré hasta la cama haciéndote parar por el camino mientras te sigo quitando la ropa.

Quiero que en tu cama estén puestas ya las mantas, será un reto ver si aguantan el vaivén. Quiero saber hasta qué punto puedo erizar tu cuerpo, salir de la duda que me plantea no saber lo que tardarás en desvanecerte entre mis brazos. Te aseguro que lo harás.

Quiero despachar los interrogantes mientras me dejas amarte. Quiero empezar por el contacto físico. Quiero ver tu cara en parte avergonzada, en parte extasiada y tener tu alma en mis manos por unos momentos. Quiero dejar de fantasear sobre lo que podría ser estar amándote. Quiero que aprendas lo que es tener un hombre al lado.

Llevo toda la vida estudiando el modo de hacerte morir de amor, largas horas viendo gestos, practicando con vírgenes del exceso, regalando los besos que son para ti por doquier y, cuando te agarre verás claro que ese camino conducía unívocamente a deshacerte, a satisfacerte a ti, a que te vuelvas loca tú por mí.

He reinventado la máquina humana que envuelve mi corazón latiendo a la limón con tus parpadeos, reingeniería de templanza. Un ser humano diseñado específicamente para acurrucarte que espera la llegada del frío y se ofrece netamente a tu merced.

Te planteo una batalla de la que nadie más que tú saldrá victoriosa y, tras deshojar tu cuerpo, cuando tengas previsto que el placer haya terminado, también desnudaré tu alma y no tendrás con quien compararme. Tus anteriores vivencias quedarán escalones más abajo. Y, tras la cama llegará el café, la cena o la charla íntima entre los dos, no querrás volver a vestirte, salir a la calle ni que yo me vaya. Mirarás insistentemente nerviosa el reloj que indique mi marcha y te quedarás desolada a la espera de verme de nuevo. De repente tu vida pasará por delante de tus ojos. Te preguntarás sobre tu ignorancia acerca de los tipos como yo.

Será por inesperado, será por indescriptible, será por mis virtudes, será por tus recuerdos. Será por la huella imborrable que imprimiré sobre tu cuerpo.

No me quedaré ahí, el impulso vital que te tengo preparado asolará tu mente, te dotará de incalculable fortaleza y, la simple idea de saber tenerme tras de ti siempre te hará creer decididamente en la suerte de tu vida, en la inmortalidad. Agradecerás íntimamente que te buscara a ti y no a otra. Voy a poner tu mundo del revés.

¿Qué por qué a ti? Eso pregúntalo al aparato que bombea la sangre que corre acelerada por mis venas para volver y volver a ser expulsada violenta y necesariamente. Porque entre tantas otras mujeres hoy creo que mi misión es hacerte feliz a ti a menos que me hagas ver que no es así. A menos que te mientas, a menos que te procures un boicot sentimental.

Quiero quitarte el frío del cuerpo, descongelarte el corazón y hacerte sentir más viva que nunca.

¿Qué por qué a ti? Pregúntatelo tú, he captado el mensaje que tu cuerpo me envía una y otra vez. Ahora, convencido, no sólo te digo que lo he captado, también cierto miedo he visto. A tu mensaje contesto con este.

No te avergüences de nada, te conozco perfectamente, no he necesitado de tocarte para saber cómo eres y creo que me vas.

Te reto a una batalla, te reto a compartir unos días de tu vida conmigo. Si pierdo me retiro, si lo haces tú, no te lo perdonarás>>

Terminada la lectura, inequivocamente era él, ahora le tocaba a ella contestar y sabía que la miraría fijamente, como siempre hacía mientras le sonreía. No tendría que decir nada porque a él las palabras le sobraban, se fijaba en los gestos, tenía tiempo aún para pensar. Se quitó el zapato que todavía calzaba y leyó más veces. Se excitó, se extrañó, pensó en la prepotencia, se sintió dulce y se quedó dormida sin saber qué contestar.

Las palabras que se escriben y no se dicen en ocasiones se encuentran en cajones propios, ajenos o compartidos. Ley de vida.

miércoles, 18 de agosto de 2010

Poplíteo

Era una cuestión de suma importancia para él. Tras hacer el amor siempre se quedaba al lado de ella jugueteando con su cuerpo, acariciándola. Controlaba las presiones con las que sus manos apretaban y aflojaban brazos, muslos y gemelos, las pausas. Con el reverso de la mano rozaba su espalda desde la base del cuello, recorriéndola tranquilamente. Con los ojos cerrados su mano no perdía jamás la referencia de la columna vertebral.

Acercaba los labios a los brazos, soplaba levemente, mordía y se quedaba quieto, inmóvil, congelado en ese gesto. Soltaba y besaba justo en el lugar incidido. Dejaba la lengua fuera de juego, su tiempo, en el que se hacía más preciso hacer uso de ella, había pasado y habría de estar quieta mientras su acompañante no acercara su boca en busca de besos comedidos, largos. Besos a la luz tenue o desaparecida que queda tras los momentos de amor más tórridos. También él, sin dejar jamás de tocarla modoso, llevaba sus labios hacia la cara apaciguada, la besaría también, lento, suave, participara ella al principio o no, le bastaba su boca entreabierta, siempre arrancaba respuestas en son de paz.

No paraba hasta quedar dormido, a veces estas caricias daban pie a nuevas gestas sin ser directamente la intención. Si de los mimos surgía de nuevo agitación en ella, sutilmente conectarían de nuevo la máquina de vapor o la relajaría como quien no se da por enterado.

Su comportamiento podría ser un gesto de gratitud, una demostración humana de protección postcoital. Era mucho más. Se quedaba allí sin prisa, disfrutando tanto como en el planteamiento y el nudo. “El desenlace es capital”. De él no se diría que acabado el abordaje marchaba con su botín. ¡Eso jamás! Acomodado al altruismo en el sexo no concebía otra forma de compartirlo con una mujer que no fuera esta. Amante que disfruta amando, amado que encumbra a su compañera, adelantado alumno que sin ser requerido a ello cubre la demanda meritoriamente.

Él arranca y apaga, sin soberbia, sin egoísmo, con sinceridad y arrojo se retira cuando es suficiente, da tiempo a la oxigenación, sabedor de que la necesidad de los cambios de ritmo para que el ácido láctico no le procure un final prematuro, y, si por algún mal cálculo este llegaba, seguía como si tal cosa, detenía máquinas y se abrazaba a ella. Nunca molesto, nunca desilusionado, entregado al otro ser sin pedir nada que no viniera dado, sin exigencias ni frustraciones. Simplemente descubriendo un cuerpo femenino que siempre se le antojaba la mayor maravilla sobre la faz de la tierra. Daba gracias con el corazón en la mano por ser hombre ¿De qué otro modo podría descubrir la imponente bondad de la existencia del género contrario? Adora el sexo femenino, en estos momentos, particularmente a ella sobre todas las de la faz de la tierra y la seguía tocando. Su musa.

Después de la batalla de amor sentía el impulso de seguir haciendo de dos cuerpos uno sólo ¿Quién dijo que se acabó? ¡No señor! Queda mucha función, la parte en la que la mujer se duerme, en la que de igual modo podría sucumbir él ante Morfeo. Aún profundamente dormidos ambos quedará su mano en algún lugar del cuerpo femenino, detenida caricia por motivos de causa mayor; Con la palma de la mano abierta y los dedos próximos al ombligo mientras el brazo cubre parte del costado, con el brazo derecho bajo su cuello, escondida la mano en su melena con sus cinco púas de peine del sosiego escondidas bajo su melena, sintiendo él los labios de ella en su torso, de medio lado, en posición fetal, un brazo sobre el abdomen del hombre, soplos de expiraciones rítmicas calan la piel y acarician las costillas del gladiador.

Considera el resto de batallas vulgares, salva sólo de ese conjunto los encuentros bien despedidos, cuando el tiempo apremia y el amor rebosa de la inundada habitación. Lamentables avatares son las prácticas de sexo rápido, egoísta o desagradecido se ha repetido siempre y no tenía para ella esa pretensión.

Recorrida de arriba abajo, besos en el hueco poplíteo, caricias y arrumacos, no dejaba ni un solo milímetro por recorrer. Gustaba de usar la yema de su dedo índice, a veces acompañado del corazón, para dar pasadas casi imperceptibles por los brazos de la mujer, rozando el bello de los mismos. Cambiaba la disposición de la mano, colocaba el índice como una garra y lo acercaba cauteloso. Contraste para el sentido del tacto de la compañera, suavidad del contacto, dureza de la uña y, a modo de paño que frota, la escasa carne de la punta del dedo. Delicias a la mano de todos - nunca mejor dicho – Regalos de cortesía.

Disfrutaba y procuraba el mejor relax, le había hecho el amor, lo volverá a hacer, pero él no se circunscribe a tan efímero espacio de tiempo. Así entiende el sexo, así rinde tributo a la mujer, no de otra forma, no con otra pretensión, el respeto no entra en juego aquí, se queda corto, le parecería hasta ofensivo hablar de ello, ofrece bastante más, se sabe un ser humano y engrandece a la igual que le acompaña como si de un ritual se tratara.

Distinguida mujer humana; aquí reposó junto a su merced, sin prisa por marcharse, le resultaba tan agradable como a usted misma regalarle tamaña batería de mimos. La relajó, le escuchaba respirar profundamente, le importaba, le iba todo en ello y lo hacía sin darse cuenta. Nada estará perdido mientras siga vivo.

martes, 17 de agosto de 2010

Sal de mi sal.


Miró el radiodespertador, llegaría tarde sin remedio, la noche anterior fue demasiado larga, habían quedado para comer. Se tranquilizó, se estiró un poco y continuó con la ceremonia, remoloneó, bostezos que nadie ve. Pasaba sus manos por la cara, despierto pero con los ojos cerrados. No acudiría.

Desde su cama se veía la terraza de la casa de ella. La chica se asomó, no miró directamente hacia la habitación en la que él dormía, de poco valdría hacerlo, la oscuridad interior en un lado y los rayos de sol atacando el otro construían todos los días un bonito espejo tras el cual él se ponía en píe.

Tiempo atrás fueron novios, el destino les hizo ser vecinos más tarde. Cuando había pensado que no tendría que verla más, no sólo respiraba mejor, también su estómago se alegraba al quedar libre de las contracciones de las entrañas. Tendría que aprender a vivir con ello, de hecho poco a poco lo empezaba a conseguir.

Alguna vez no sólo no quiso preservar su intimidad, la exponía conscientemente y con cierta maldad. Procuraba con tesón que sus amantes femeninas se asomaran al balcón, quería que ella las viera. ¡Cuánto más crecía este deseo si eran atractivas! Se asomaba junto a las mujeres en ropa interior, pantalones cortos o largos pero siempre sin nada que le cubriera de cintura hacia arriba. Una vez anudó una sábana, siempre blanca, todas blancas. Jamás miraba hacia la terraza pero en esos momentos, como si la persona que tuviera al lado no fuera más que un amasijo cuyo único fin sería por siempre crear tristeza en la vecina del bloque de en frente, deseaba que ella estuviera allí para ver el cuadro, para sentirse mal, para ver que no fue ella sino otra quien había satisfecho al hombre en cuerpo y alma. Siempre sonriente acariciaba la melena de su acompañante y la besaba sensualmente en el cuello. En el interior, lejos del balcón, las caricias y arrumacos le salían del alma. Asomado era un actor protagonista de historias de amor y ternura. En su interior un recuerdo que le castigaba todavía y que reprimiría con ese bastardo comportamiento. Engañoso para la una, pretendida muestra de felicidad con fines tan inmundos como despertar profundo malestar en aquélla que miraba desde arriba.

No hizo caso alguno a la chica mientras colocaba macetas en la terraza y hacía gestos extraños que no acertaba a entender. No iría a menos que sonara el teléfono.

Días antes se encontraron en la calle y tras una pequeña conversación en la que ambos obviaron hablar de las iracundas, infames, atronadoras e hirientes palabras que se dedicaron en tiempos de ruptura, pretendieron ser corteses a sabiendas de que ella, como regla general, no respondía jamás las cartas de él, ni mensajes, si tenía su teléfono era precisamente para saber que no debía cogerlo. No fuera a ser que anduviera despistada. Sinceramente ella quería que su anterior amor la tomara por muerta, no por no querer saber de él - siempre que podía se informaba, preguntaba, dejaba caer alguna cuestión que acabaría desembocando en la referencia al hombre – sino por pura y simple crueldad. Él, por su parte, no se quedaba atrás.

En eso se había convertido la relación tras el noviazgo, no habría de un lado ni del otro más que pretensiones de seguir haciendo daño. No se les daba nada mal a ninguno. Las carencias para entregarse al amor las suplieron con creces convirtiéndose en verdaderos maestros del arte de la venganza. Ya nunca más hablaron bien el uno del otro ante nadie, ni tan sólo se sinceraron. Nada; “Todo lo que tengo para ti es odio y descrédito. Es lo que recibirás”

Pero algo raro ocurrió la vez que vengo contando porque acabaron quedando para comer en casa de ella. Había que cargarse de valor para proponer y aceptar. Puede que anduvieran tan podridos los corazones que quisieran darse un respiro breve, una tregua.

Extraña idea de reconciliación para una guerra no declarada ¿Sería eso? Posiblemente curiosidad por conocer sobre la vida del otro de su boca y con gallardía aceptar los hirientes puñales de las aventuras sexuales posteriores a la ruptura. Él no tendría reparo en hablar de ellas. Ella preguntaría, sin dudarlo, añadiendo una sonrisa tras el enunciado. La vida sexual de ambos no era precisamente aburrida pero convendrían llegado el caso que posiblemente entre ellos saltaban chispas tan constantes como raras de encontrar en otras batallas. De todas formas la ayuda de sustancias y bebidas legales y no tanto les hacían no comparar a los nuevos compañeros de cama. Les encantaba el sexo, eran desmedidos, auténticos fanáticos de la copulación. Se acostaron en lugares inverosímiles, a veces, directamente demasiado indecentes o incómodos para tal fin.

Sucede entre las parejas rotas que las heridas tardan demasiado en cerrarse. Ambos lo tenían bien claro y pensaban que no había mejor útil para terminar de abrasarlas que la “Sal de mi sal”.

Seguía teniendo sueño, se alegró de no estar preparado y de que el cuerpo no le pidiera subir a verla. Sinceramente contento daba vueltas en la cama pensando en la cara que se le quedaría a ella. La misma que tantas veces había rechazado cafés ahora, que era ella quien disponía, se quedaría con la sopa fría. Luego sería mordaz y maleducado le diría que se quedó dormido. Dejaría ver que para él, comer con ella era algo de poca importancia. Sería cruel sin demostrar mala educación, dejaría caer palabras amables como disfraces de afiladas lanzas directas al corazón. La humillaría con simpatía y conseguiría cabrearla. “Sal de mi sal”

Entonces el despertador sí que sonó, estaba lejos de ella, tanto que no sabría decir con certeza el lugar donde se pudiera encontrar a la chica. Se estiró de nuevo golpeando levemente a una morena con el pelo rizado que dormía a su lado de espaldas y completamente desnuda.

Había sido un sueño, todo, desde el principio hasta el final, un sinsentido con la cara de su antiguo amor. Pensó un poco en ello. ¿Dónde se encontraba? ¿La había olvidado o no? Puede ser que no subiera a comer en sus sueños porque algo dentro del hombre estaba cambiando. Tal vez continúa en su corazón. Se repite; “¡Sal de mí, Sal!”.







sábado, 31 de julio de 2010

De soles y girasoles.

No era un pueblo tan pequeño como para estar al tanto de todo ni merecía la denominación de ciudad. No era un día caluroso ni se sentía frío en mangas de camisa. No era un domingo cualquiera ni particularmente señalado.


Circulaba en su vehículo cuando encontró cortada la calle de acceso a su cafetería habitual, aquella en la que siempre era asistido con la sonrisa de una joven camarera, otrora compañera de cama, romance pasajero, dulces memorias del caballero, mejor relación, tanto que algunos días, al volver al coche, reparaba en la cuenta de que a veces ni recordaba que habían compartido contadas tardes y noches de pasión.

El forzado cambio de rumbo le hizo pasar por la iglesia. El tumulto transitando un paso de cebra anejo a la casa de Dios le hizo detenerse. No tenía prisa, no le resultó algo molesto.

Al subir la calle las campanadas le advirtieron de una celebración inminente. Pensaba, como respuesta al estímulo sonoro, en la identidad de los novios, cuestión que le traía completamente sin cuidado. ¿Acaso vivimos pensando permanentemente en cuestiones capitales?

Parado allí giró el cuello para calcular cuánto más tiempo habría de estar en la quietud, segundos de la vida que no pasarán a la historia. Eso es lo que nos creemos a veces.

La vio, no tenía intención de cruzar, se rebuscaba en el bolso. Un metro setenta, centímetro de tacón arriba, centímetro abajo, envueltos en un vestido claro ajustado. El pelo recogido y uno de los brazos que le faltaban a la Venus de Milo. Divinas curvas, preciosa silueta. Nuestro protagonista observó el perfil, tanto le gustó que deseaba ver el alzado.

El equilibrio entre la belleza de su cara y el cuerpo de una diosa a la que se insultaría profundamente tachándola de cañón. Demasiado vulgar, lejanamente coherente calificativo. Un cuerpo mesurado por el que un hombre podría perder la cabeza sin el más remoto vestigio de exceso en las proporciones.

Revisó de nuevo la silueta. Con el espíritu más crítico que pudo busco exceso de carne compactada por lo ajustado de la vestimenta y no lo encontró. Así que, estando como estaba ante la casa de su Padre, le pidió que le diera el tiempo suficiente para poder verla de frente.

Concedido. No sacó nada del bolso – debió ser un chequeo, tal vez un olvido – y se giró hacia el tipo. Los perfiles no dan cuenta de la profundidad.

Desesperantemente bien formada, imposible de mejorar, al menos para él. La miró, tanto como pudo, clavó sus ojos con la intención de darle un pequeño pellizco en el alma y que la chica tuviera conciencia de que el hombre estaba dedicando ese breve instante de su vida exclusivamente a mirarla.

Siempre miraba desde la altura precisa, lo había aprendido con el tiempo, mirar desde abajo a mujeres atractivas a veces le había dejado demasiado expuesto y después nunca supo como remediar las situaciones. Nunca ojeaba desde arriba a nadie, menos iba a hacerlo ante tamaña mujer. Para su desgracia momentánea ella no se dio cuenta.

Acabó la incesante procesión y continuó su marcha impactado. Era la segunda vez en la vida que se le pudo ver así. Años antes, viajando a Cádiz, otra dama salida del mismísimo Edén dormía en la fila de asientos contiguos. El viaje se le hizo cortísimo mirando a la dormida, posiblemente aquella era más bella que esta, tenía una boca pintada por algún maestro del romanticismo, era rubia y le hizo olvidar la pesadez del trayecto, el olor insoportable de la insufrible línea de autobuses Portillo -propietarios de la concesión del transporte entre Málaga y Algeciras- y hasta el molesto sol que le abrasaba literalmente la cabeza merced a que su acompañante no tuvo a bien correr la repulsiva cortina roja, vieja y ajada, a disposición de los asientos doce y trece.

Una vez estaba el café – siempre el primero con leche – fantaseaba con que la mujer fuera vecina del lugar. Se convenció de que era posible que no la conociera por la existencia de varios institutos en su juventud, porque no tuvieran edades parejas o por la incontestable y divina majestuosidad de la vida que hace florecer súbitamente o consiente metamorfosis insospechadas a algunos de sus elegidos. Él siempre había agradecido esta última cuestión, fan de la competencia, ferviente defensor de los débiles, se sonreía cada vez que alguna flor tardía era objetivo de las miradas desesperadas de las que se marchitaron por exceso de miradas, de las se creyeron insuperables, de las que están muertas de gloria. Muertas por su propia necedad. Muertas que han de apartarse más y más a cada explosión primaveral. Muertas porque su incapacidad para vivir sin prepotencia acabó con su esplendor. Juguetes rotos que nadie quiere ya, hormigas que buscan palos en pleno torrente.

“Si es de aquí debo conocerla”

-"La belleza está en los ojos del que mira", célebre cita, verdad de profundidad. Toda la capacidad de empuje y arrastre varonil de la olvidadiza, del mejor envoltorio visto en ese pueblo olivarero, podría difuminarse en menos de lo que un grillo tarda en frotar sus patas con un discurso impertinente, con faltas de sutileza, con síntomas de escasa formación vital. Ignorancias, atrevimientos o vulgaridades que pueden convertir a una princesa en la más horrenda vacaburra vista y por haber. Algunos hombres reparan en esto, otros, por suerte para el incremento de la población mundial, no.-
Inmerso en los pensamientos anteriores se convenció de que la chica era particular, se lo decía la imagen que había grabado de ella. Es imposible representar esa imagen, buscar entre las pocas cosas que hubiera en aquel pequeño bolso con ese gesto tan luminoso, pensativa, frunciendo por momentos el ceño. Más que sabedora de que nadie la miraba, no le ocupaba el más mínimo rincón de neuronas mantener la pose de mujer mortal de necesidad para el sexo opuesto. Sin duda, era más importante resolver el asunto del bolso que poner un pie de otra forma para marcar mejor el trasero.

Una belleza de rotundidad tal que con una expresividad leve que hacía ver su interior, manufacturado a imagen y semejanza, de las mismas sedas. A veces se ataca a las mujeres atractivas que además consiguen méritos no ligados al estereotipo. Burros son aquellos que hacen reglas de tres simples. Pobres asnos a los que se ese tipo de mujeres negarán sistemáticamente la caricia. Se lo buscan ellos solitos.

Efectivamente, se conocieron, el forzó la situación, y, como marcaba antiguamente esa regla no escrita, saludó primero. Después no hubo de esforzarse mucho en demostrar su categoría humana y, por ello, y sólo por la combinación que se presentó ante los ojos de la chica, accedió a ser su amante.

Cuando le habla desde la cama mientras se afeita cae en la cuenta de que su voz produce la misma sensación interior que el visionado de aquella estampa, más si cabe. Cuando hablan ocurre algo similar.

Hay soles que nunca llegan al ocaso, que se mantienen estáticos inmutablemente y girasoles que ya no agachan la cabeza por la noche. Afortunados seguidores solares que encontraron sus manantiales de radiación y vive Dios que los cuidarán. Pronto volverán a sonar las campanas.

lunes, 26 de julio de 2010

Babel.


-¿Cariño, se nos han olvidado sus invitaciones?

- Yo de ti sólo haría una a nombre de ella, no la construirán.

- ¿Qué no harán? ¿Qué quieres decir?

- Digo – Se recolocó las gafas – que no van a construir la torre, dudo que sigan juntos para nuestra boda.

- ¿Qué torre? No te entiendo, cielo. ¿Crees que van a romper?

- Si prefieres, digo que no van a durar mucho más, no es que el proyecto les venga grande, es que resultará imposible que entre ambos lo puedan llevar a cabo, hablan idiomas distintos y eso es peor que la distancia, si cabe.

- Yo les he visto muy bien, este fin de semana en la sierra estaban muy contentos ¿Acaso él te ha comentado algo?

- No, no tenemos tanta confianza y creo que no le caigo muy allá. Querida, no son cosas mías, son cosas que cualquiera que atendiera podría concluir.- El hombre continuó hablando preparado para una más extensa explicación- Siempre que llegan a algún sitio cada uno va hacia un lado. Si ella juega al Trivial, él corre al Monopoly.

Me fijé en un detalle que se repite constantemente, los ojos de él cada vez que ella ríe miran a un lado, síntoma inequívoco de que quiere escapar. Si a mí me parece que sus carcajadas son algo estruendosas él directamente no soporta su forma de reír. Apostaría que no aguanta la risa pública de ella y no por otro motivo más que el sentimiento interior de vergüenza ajena, seguro que en la intimidad no le parece tan desagradable, seguro ella no la hará tan insoportable. Él sabe, y por eso quiere huir, que con gente delante es forzada, es una llamada de atención al resto para que veamos que se siente contenta sin reparar en la lastimosa factura de la ejecución de su afán. Por tanto, ella, también quiere huir, pienso yo.

-Tú y tus detalles, mira que te gusta elucubrar. ¡Dame un beso! ¡Ven aquí!

El futuro matrimonio se besó brevemente, uno de esos besos espontáneos sello del amor que se profesan dos personas, ni preludio, ni crédito final de un rato de pasión, simplemente un beso que detiene el incesante movimiento del mundo y deja las mentes en blanco en su breve espacio de aparición. Justo un beso, que no por mil veces repetido por las millones de parejas que pueblan este planeta debe ser mermado en su importancia, belleza y necesidad de existencia.

El hombre continuó hablando: Fíjate, acabo de reparar en otra cosa, no se besaban, no recuerdo haberles visto darse un beso en todo el fin de semana y, ahora que lo pienso, un par de veces que les hemos visto paseando, ella, al verte, soltaba la mano de su compañero.

-Hemos ido seis parejas, no todos estuvimos besándonos de sábado a domingo- replicó ella- había que cocinar, hablar, jugar, la piscina, además cada uno teníamos un cuarto. ¿Supongo que no te habrás olvidado del nuestro? – Le miró pícara, dulce, pero profundamente sensual.

El rió, recordaba el sexo que ambos practicaron en la casita rural, por momentos hubieron de hacerse los mudos, por momentos hubieran deseado que la casa estuviera deshabitada para dar rienda suelta a sus gemidos, pero seguro que fue eso lo que les encendió tan vivamente, lo que les hizo sentir casi morir en plena pasión, condicionantes externos, ímpetus intrínsecos llevados al límite del control llegando a rozar, sin sobrepasar jamás, la línea del desenfreno en el paraíso del éxtasis.

-Llevan mucho tiempo juntos, no estoy de acuerdo contigo- dijo ella mientras se rascaba el muslo, llevaba un vestido estival, cortito, de fina tela.

-¿Y qué? ¿Para qué vale eso? ¿Qué justifica? Al contrario, las leves actitudes que he visto, sumadas al tiempo, indican plenamente que están en una cárcel de la que ni quieren ni pueden salir. Se han aceptado mutuamente, ella querría un tipo del que no tuviera jamás que separar su mano, el otro, a una chica más fina, hasta para gritar por su liberación, hasta para demostrar que está harta, hasta incluso para que le dijera que le quiere dejar.

No hablan el mismo idioma, amor mío, si él se le acerca ella se escabulle, si la otra le demanda ayuda este se hace el no enterado y desaparece. Se quedó en la casa cuando bajamos al pueblo, había buen trecho, pero apetecía pasear, a él no, seguro que hubiera preferido ir a la cama con ella y no aguantarnos al resto, quiso estar sólo con ella y le fue negada tal petición. Babel, tesoro, Babel.

Tesoro confió a su amor lo siguiente; En la cama dice que funcionan de maravilla ¿Qué tienes que decir a esto “intérprete”?

-Digo lo mismo que he dicho siempre, el sexo es algo importante, pero ni de lejos lo principal, tarde o temprano también desdeñarán esa cuestión. No dan los pasos de otros noviazgos, no avanzan, no hacen estructura ¿Cuánto tiempo llevan así? ¿Por qué no viven juntos? No se entienden, si rascaras bien verías que no se soportan y apunta bien que más tarde o más temprano abandonarán la obra porque no le veo a él con ganas de aprender otro lenguaje, en lo poco que le conozco creo que es un tipo que podría estar perfectamente sólo. Tengo meridianamente claro que ella es más cuadriculada, no digo que sea peor, pero sí distinta. Sé que él se dio cuenta que su pareja fue la que más se prodigó en la cocina y cualquier otro de los “trabajos” para asistirnos de comida, limpieza y orden en la casa. Él no pasó del justo medio y, de vez en cuando, miraba de reojo a su pareja. La cara, espejo de pensamientos. “He venido a divertirme y a colaborar lo justo y necesario, no me pidáis más. Tal vez os medio aguanto, tal vez estoy haciendo el paripé, tal vez me beba un par de copas y os cuente un chiste, pero sé quiénes sois todos y cada uno de vosotros y no se me escapa una, me irrita ver a mi pareja de chacha, me irrita ver gente con tanta cara dura, me irrita que ella no caiga en la cuenta ¿Qué hago aquí?"

- ¿Tú crees que le caemos mal?

- No todos, pero sí buena parte.

- Así que, según tú, cariño, van a romper, y te basas en un fin de semana, alguna cena y dos veces sueltas que les hemos visto paseando cerca de la casa de ella.

- Me baso en la imposibilidad de camuflar los sentimientos permanentemente, mi base es la complicación de reprimir sostenidamente las cuestiones que, si bien no nos hacen infelices, nos recuerdan sin descanso que podemos sentirnos mejor, acompañarnos mejor. El ferviente deseo de la gente de vivir lo nuestro, sin ir más lejos.

Amor mío, mientras tú y yo somos los afortunados propietarios de los Jardines de Babilonia ¿Cuántos no están perdidos construyendo la Torre de Babel? Me siento afortunado. Te quiero mucho, vida mía.