Miró el radiodespertador, llegaría tarde sin remedio, la noche anterior fue demasiado larga, habían quedado para comer. Se tranquilizó, se estiró un poco y continuó con la ceremonia, remoloneó, bostezos que nadie ve. Pasaba sus manos por la cara, despierto pero con los ojos cerrados. No acudiría.
Desde su cama se veía la terraza de la casa de ella. La chica se asomó, no miró directamente hacia la habitación en la que él dormía, de poco valdría hacerlo, la oscuridad interior en un lado y los rayos de sol atacando el otro construían todos los días un bonito espejo tras el cual él se ponía en píe.
Tiempo atrás fueron novios, el destino les hizo ser vecinos más tarde. Cuando había pensado que no tendría que verla más, no sólo respiraba mejor, también su estómago se alegraba al quedar libre de las contracciones de las entrañas. Tendría que aprender a vivir con ello, de hecho poco a poco lo empezaba a conseguir.
Alguna vez no sólo no quiso preservar su intimidad, la exponía conscientemente y con cierta maldad. Procuraba con tesón que sus amantes femeninas se asomaran al balcón, quería que ella las viera. ¡Cuánto más crecía este deseo si eran atractivas! Se asomaba junto a las mujeres en ropa interior, pantalones cortos o largos pero siempre sin nada que le cubriera de cintura hacia arriba. Una vez anudó una sábana, siempre blanca, todas blancas. Jamás miraba hacia la terraza pero en esos momentos, como si la persona que tuviera al lado no fuera más que un amasijo cuyo único fin sería por siempre crear tristeza en la vecina del bloque de en frente, deseaba que ella estuviera allí para ver el cuadro, para sentirse mal, para ver que no fue ella sino otra quien había satisfecho al hombre en cuerpo y alma. Siempre sonriente acariciaba la melena de su acompañante y la besaba sensualmente en el cuello. En el interior, lejos del balcón, las caricias y arrumacos le salían del alma. Asomado era un actor protagonista de historias de amor y ternura. En su interior un recuerdo que le castigaba todavía y que reprimiría con ese bastardo comportamiento. Engañoso para la una, pretendida muestra de felicidad con fines tan inmundos como despertar profundo malestar en aquélla que miraba desde arriba.
No hizo caso alguno a la chica mientras colocaba macetas en la terraza y hacía gestos extraños que no acertaba a entender. No iría a menos que sonara el teléfono.
Días antes se encontraron en la calle y tras una pequeña conversación en la que ambos obviaron hablar de las iracundas, infames, atronadoras e hirientes palabras que se dedicaron en tiempos de ruptura, pretendieron ser corteses a sabiendas de que ella, como regla general, no respondía jamás las cartas de él, ni mensajes, si tenía su teléfono era precisamente para saber que no debía cogerlo. No fuera a ser que anduviera despistada. Sinceramente ella quería que su anterior amor la tomara por muerta, no por no querer saber de él - siempre que podía se informaba, preguntaba, dejaba caer alguna cuestión que acabaría desembocando en la referencia al hombre – sino por pura y simple crueldad. Él, por su parte, no se quedaba atrás.
En eso se había convertido la relación tras el noviazgo, no habría de un lado ni del otro más que pretensiones de seguir haciendo daño. No se les daba nada mal a ninguno. Las carencias para entregarse al amor las suplieron con creces convirtiéndose en verdaderos maestros del arte de la venganza. Ya nunca más hablaron bien el uno del otro ante nadie, ni tan sólo se sinceraron. Nada; “Todo lo que tengo para ti es odio y descrédito. Es lo que recibirás”
Pero algo raro ocurrió la vez que vengo contando porque acabaron quedando para comer en casa de ella. Había que cargarse de valor para proponer y aceptar. Puede que anduvieran tan podridos los corazones que quisieran darse un respiro breve, una tregua.
Extraña idea de reconciliación para una guerra no declarada ¿Sería eso? Posiblemente curiosidad por conocer sobre la vida del otro de su boca y con gallardía aceptar los hirientes puñales de las aventuras sexuales posteriores a la ruptura. Él no tendría reparo en hablar de ellas. Ella preguntaría, sin dudarlo, añadiendo una sonrisa tras el enunciado. La vida sexual de ambos no era precisamente aburrida pero convendrían llegado el caso que posiblemente entre ellos saltaban chispas tan constantes como raras de encontrar en otras batallas. De todas formas la ayuda de sustancias y bebidas legales y no tanto les hacían no comparar a los nuevos compañeros de cama. Les encantaba el sexo, eran desmedidos, auténticos fanáticos de la copulación. Se acostaron en lugares inverosímiles, a veces, directamente demasiado indecentes o incómodos para tal fin.
Sucede entre las parejas rotas que las heridas tardan demasiado en cerrarse. Ambos lo tenían bien claro y pensaban que no había mejor útil para terminar de abrasarlas que la “Sal de mi sal”.
Seguía teniendo sueño, se alegró de no estar preparado y de que el cuerpo no le pidiera subir a verla. Sinceramente contento daba vueltas en la cama pensando en la cara que se le quedaría a ella. La misma que tantas veces había rechazado cafés ahora, que era ella quien disponía, se quedaría con la sopa fría. Luego sería mordaz y maleducado le diría que se quedó dormido. Dejaría ver que para él, comer con ella era algo de poca importancia. Sería cruel sin demostrar mala educación, dejaría caer palabras amables como disfraces de afiladas lanzas directas al corazón. La humillaría con simpatía y conseguiría cabrearla. “Sal de mi sal”
Entonces el despertador sí que sonó, estaba lejos de ella, tanto que no sabría decir con certeza el lugar donde se pudiera encontrar a la chica. Se estiró de nuevo golpeando levemente a una morena con el pelo rizado que dormía a su lado de espaldas y completamente desnuda.
Había sido un sueño, todo, desde el principio hasta el final, un sinsentido con la cara de su antiguo amor. Pensó un poco en ello. ¿Dónde se encontraba? ¿La había olvidado o no? Puede ser que no subiera a comer en sus sueños porque algo dentro del hombre estaba cambiando. Tal vez continúa en su corazón. Se repite; “¡Sal de mí, Sal!”.
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