miércoles, 18 de agosto de 2010

Poplíteo

Era una cuestión de suma importancia para él. Tras hacer el amor siempre se quedaba al lado de ella jugueteando con su cuerpo, acariciándola. Controlaba las presiones con las que sus manos apretaban y aflojaban brazos, muslos y gemelos, las pausas. Con el reverso de la mano rozaba su espalda desde la base del cuello, recorriéndola tranquilamente. Con los ojos cerrados su mano no perdía jamás la referencia de la columna vertebral.

Acercaba los labios a los brazos, soplaba levemente, mordía y se quedaba quieto, inmóvil, congelado en ese gesto. Soltaba y besaba justo en el lugar incidido. Dejaba la lengua fuera de juego, su tiempo, en el que se hacía más preciso hacer uso de ella, había pasado y habría de estar quieta mientras su acompañante no acercara su boca en busca de besos comedidos, largos. Besos a la luz tenue o desaparecida que queda tras los momentos de amor más tórridos. También él, sin dejar jamás de tocarla modoso, llevaba sus labios hacia la cara apaciguada, la besaría también, lento, suave, participara ella al principio o no, le bastaba su boca entreabierta, siempre arrancaba respuestas en son de paz.

No paraba hasta quedar dormido, a veces estas caricias daban pie a nuevas gestas sin ser directamente la intención. Si de los mimos surgía de nuevo agitación en ella, sutilmente conectarían de nuevo la máquina de vapor o la relajaría como quien no se da por enterado.

Su comportamiento podría ser un gesto de gratitud, una demostración humana de protección postcoital. Era mucho más. Se quedaba allí sin prisa, disfrutando tanto como en el planteamiento y el nudo. “El desenlace es capital”. De él no se diría que acabado el abordaje marchaba con su botín. ¡Eso jamás! Acomodado al altruismo en el sexo no concebía otra forma de compartirlo con una mujer que no fuera esta. Amante que disfruta amando, amado que encumbra a su compañera, adelantado alumno que sin ser requerido a ello cubre la demanda meritoriamente.

Él arranca y apaga, sin soberbia, sin egoísmo, con sinceridad y arrojo se retira cuando es suficiente, da tiempo a la oxigenación, sabedor de que la necesidad de los cambios de ritmo para que el ácido láctico no le procure un final prematuro, y, si por algún mal cálculo este llegaba, seguía como si tal cosa, detenía máquinas y se abrazaba a ella. Nunca molesto, nunca desilusionado, entregado al otro ser sin pedir nada que no viniera dado, sin exigencias ni frustraciones. Simplemente descubriendo un cuerpo femenino que siempre se le antojaba la mayor maravilla sobre la faz de la tierra. Daba gracias con el corazón en la mano por ser hombre ¿De qué otro modo podría descubrir la imponente bondad de la existencia del género contrario? Adora el sexo femenino, en estos momentos, particularmente a ella sobre todas las de la faz de la tierra y la seguía tocando. Su musa.

Después de la batalla de amor sentía el impulso de seguir haciendo de dos cuerpos uno sólo ¿Quién dijo que se acabó? ¡No señor! Queda mucha función, la parte en la que la mujer se duerme, en la que de igual modo podría sucumbir él ante Morfeo. Aún profundamente dormidos ambos quedará su mano en algún lugar del cuerpo femenino, detenida caricia por motivos de causa mayor; Con la palma de la mano abierta y los dedos próximos al ombligo mientras el brazo cubre parte del costado, con el brazo derecho bajo su cuello, escondida la mano en su melena con sus cinco púas de peine del sosiego escondidas bajo su melena, sintiendo él los labios de ella en su torso, de medio lado, en posición fetal, un brazo sobre el abdomen del hombre, soplos de expiraciones rítmicas calan la piel y acarician las costillas del gladiador.

Considera el resto de batallas vulgares, salva sólo de ese conjunto los encuentros bien despedidos, cuando el tiempo apremia y el amor rebosa de la inundada habitación. Lamentables avatares son las prácticas de sexo rápido, egoísta o desagradecido se ha repetido siempre y no tenía para ella esa pretensión.

Recorrida de arriba abajo, besos en el hueco poplíteo, caricias y arrumacos, no dejaba ni un solo milímetro por recorrer. Gustaba de usar la yema de su dedo índice, a veces acompañado del corazón, para dar pasadas casi imperceptibles por los brazos de la mujer, rozando el bello de los mismos. Cambiaba la disposición de la mano, colocaba el índice como una garra y lo acercaba cauteloso. Contraste para el sentido del tacto de la compañera, suavidad del contacto, dureza de la uña y, a modo de paño que frota, la escasa carne de la punta del dedo. Delicias a la mano de todos - nunca mejor dicho – Regalos de cortesía.

Disfrutaba y procuraba el mejor relax, le había hecho el amor, lo volverá a hacer, pero él no se circunscribe a tan efímero espacio de tiempo. Así entiende el sexo, así rinde tributo a la mujer, no de otra forma, no con otra pretensión, el respeto no entra en juego aquí, se queda corto, le parecería hasta ofensivo hablar de ello, ofrece bastante más, se sabe un ser humano y engrandece a la igual que le acompaña como si de un ritual se tratara.

Distinguida mujer humana; aquí reposó junto a su merced, sin prisa por marcharse, le resultaba tan agradable como a usted misma regalarle tamaña batería de mimos. La relajó, le escuchaba respirar profundamente, le importaba, le iba todo en ello y lo hacía sin darse cuenta. Nada estará perdido mientras siga vivo.

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