domingo, 13 de febrero de 2011

DESCONCERTADOS



Tumbados sobre la cama ella le preguntó si estaba enamorado. La cuestión no le resultó de fácil respuesta pero dijo que no. Aprovechando la tenue luz de la habitación, contestó su pregunta negativamente. La chica dijo tampoco estarlo, sin embargo, en las voces y palabras de ambos se percibía la baja de tono. Si bien ninguno expondría su confusión ante el compañero, no tuvieron la mínima duda en reconocerse admiración mutua. Registraron tiempo antes una amistad a prueba de balas, tanto que sobraban las palabras. Hasta tal punto llegó la complicidad, que se daba por hecho que las manos de uno estarían a disposición del otro sin mesura ni objeciones, en caso de ser solicitadas. Desde luego que entre ellos existía el amor, fuera de toda duda esta cuestión, se preguntaban interiormente sobre la categoría del mismo.



Estaba claro que ninguno daría su brazo a torcer, el tesoro del cariño entre ambos debía ser protegido, incluso hasta la sublimación del sentimiento propio, hasta llegar a amordazar el corazón. No se harían daño, sería algo imperdonable para ambos. La íntima y profunda desesperación que les produciría ser responsables del mínimo estremecimiento del compañero de cama les arrojaría al más desolador desierto conocido. Desde luego que no se lo permitirían.



Tan dispares como adorables, mientras hablaban de la batalla de plumas recién acontecida y de la situación en la que el arrebato colocaba su incuestionable amistad, pensaban en la magnífica conexión sucedida entre los dos. Una locura, momentos de pasión vividos intensamente, dulzura y acompasamiento, besos en el cuello y en las manos, de haberse podido besar en el corazón lo hubieran hecho. Agitando los cuerpos en la noche de verano, se envolvían como lazos de seda, se retiraban, detenían y proseguían. Respiraciones casi simultáneas, frenéticas en ocasiones, tan sosegadas en otros momentos que podrían pasar por fotogramas invariantes de una escena romántica. Si la conexión emocional entre ellos era plena, no menos notable se antojó la puramente sexual. Frutas, la primera unión y la otra, del árbol con tan indeleble sabor sello que imprime la cercanía entre los espíritus.



Dios nos coloca en el mundo sin preguntarnos dónde queremos ir. Somos nosotros quienes hacemos el camino y salvamos las distancias, o nos detenemos ante las supuestas o ciertas vías muertas en la búsqueda continua del libro del sentido de nuestra vida.



Sea donde fuere, ante una intersección, o detenidos ante un obstáculo, se encontraron tiempo antes. Si bien parecen seguir diferentes itinerarios, distintos eran también los caminos que les condujeron al primer contacto, no es menos cierto que se marcaron puntos de encuentro, “checkpoints” a visitar para verse, para abrazarse. Resultó que en uno de ellos traspasaron, sin caer en la cuenta, la pretendida línea sin retorno. Probada frontera existente o no, mentira a no asumir por muchos, verdad incontestable para otros tantos.



No está nada mal tener a alguien para compartir vivencias, emociones, recuerdos y avatares de la vida. Nada mal cuan se encuentran almas gemelas, corazones de idéntico logotipo. Aquéllos que están ahí para escuchar al tiempo que demandarán la debida atención y valoración sincera de sus palabras. Loco por pobre de aquél que no cuide el templo de la amistad verdadera. Tragedia de solemnidad es la vida en la orfandad de aprecios.



Se apresuraron a defender sus corazones con la premisa de que todo, contado paréntesis de tamaño éxtasis, continuaría como hasta la fecha. Convencidos de su capacidad para mirar hacia otro lado – lo recordarán siempre – la chica continuó hablando.



Dentro de sí seguía sin entender cómo había llegado hasta la cama, no entraba en lo previsible – al menos eso se repetía constantemente -, o tal vez sí, pero no estaba dispuesta a aceptarlo. Sintió curiosidad y quería saber los motivos del arrebato de su amigo. Ataque aceptado y correspondido se tradujo en los matices de él. Posible brote de orgullo.



Ella se coloca en la cima de la colina a defender, puede que más indefensa y expuesta en alma, tomó la posición estratégica y quería hablar. Sentía curiosidad por los motivos de él, debería contarle si anduvo premeditando sobre el contacto más íntimo. Si la quería debía saberlo, si la amaba estaba en la obligación de decirlo. De nuevo convino para sus adentros, sin el remoto error a la duda que la quería.



Efectivamente fueron horas de amor a gemidos, gratificantes momentos que dieron una dimensión nueva, inexplicable incluso, inesperada pero, sin lugar a dudas, a ninguno de los disgustará el recuerdo de los seres desnudos al descubierto. Se habían acariciado mucho antes, masajes reconfortantes con letra y música, helados en marquesinas de autobús protegiéndose del sol de justicia de la ciudad más acogedora de cuantas existen.



Él escapó como pudo, las flechas desde la cumbre eran tan certeras que dudó, hasta balbuceó y le resultó imposible en ocasiones acabar las frases. No disponía de la capacidad de reacción de ella, necesitaba más tiempo para pensar, contestaba descolocado mientras se pretendía poner a salvo hasta poder hacerlo serenamente. No dejaba de acariciarla. Era tiempo de medir profundamente las respuestas o, al menos, eso pensaba. Sin darse cuenta, en el trasiego de ideas que circulaban por su mente, insistía tercamente en dejar la conversación para otro momento. No supo ver que su actitud en sí ya era una respuesta que ella entendía perfectamente. Necesitaba tiempo, incluso para dar explicaciones a su propio ser.



No podría responder si había sido un soldado de fortuna -le sonaba horrible, seguro que no, pero también lo pensó – con ella, o realmente estaba enamorado, pasando por todos los supuestos intermedios. Sin la mínima idea había contestado que no, a bote pronto, su cálculo apostaba por el bienestar de ella. Al preguntar primero, la chica, podría amoldar también considerada respuesta para no herir los sentimientos del hombre, para no exponerse, para no ejercer presión, para proteger su corazón llegado el caso.



Continuaron acariciándose, amándose como si el fin de los tiempos estuviera esperando el amanecer. Exhaustos durmieron abrazados, se besaron, se amoldaron a la confortable cama. El cenicero reposaba en el suelo, recogía las colillas a medio acabar del tabaco que fumaron en las pausas. Sabedor quedó el objeto de que no recogería más cenizas mientras los amantes durmieran. Podría haber llegado el Armagedón, no habría inmutado a los durmientes en la primeras horas de sueño. Si Klimt hubiera retratado una pareja desnuda durmiendo abrazada, en lugar de su célebre beso, posiblemente no habría demostrado ser más que un ilustre “voayer”. Es posible reconocer la belleza en el arte, es posible que el arte haga aflorar sentimientos, es una verdad imposible de corromper que aquella imagen era magna por preciosa, grandiosa por inesperada, tierna por derecho propio, estremecedora estampa que sólo pueden representar dignamente los seres humanos, mención aparte para la pareja.



Tenía que llegar la gran cuestión, y llegó. Efectivamente, ella la expuso minuciosamente. Presentó los antecedentes, su sorpresa, su respuesta al momento en que se acercó a ella y la besó sin mediar palabra para luego deshacerla entre sus manos, sin lugar a dudas la había llevado a un lugar llamado delicia, fiel sirviente de las demandas sexuales de ella, no reparó más que hacerle gemir insistentemente, fue cuidadoso en las arrancadas, atendió sus leves indicaciones sin egoísmo, así entendía su amigo el sexo, y no dejó de besarla. Repasó con caricias y pequeños mordidos todo su menudo cuerpo. Imposible para una, complicado para el otro.

Cruzaron al igual que niños enfrentando los términos, imposible versus complicado. Complicado para no herir ni remotamente los sentimientos, imposible para descargar al amado.



Se despidió de ella con dos besos en los labios, justo un par, en la concurrida avenida nadie giró su rostro hacia ellos, inapercibidas almas en el tumulto. Volvería a aquella cama de nuevo pero, como ocurre siempre desde que dejamos el Edén, hasta la pasión más desmedida termina, bien se pospone, bien se disuelve en el tiempo dejando huellas más o menos profundas en la memoria. Maldijo a Eva sin compadecerse lo más mínimo de Adán – de quererla no habría probado bocado – pensaba para sí.



Tiempo para pensar, él se marchó afianzando su anterior “complicado”, ella, mientras, daba vueltas a su “imposible”. Pensaron ambos que igual el compañero no erró en el calificativo. De otra forma, los dos fueron convincentes, tanto como para meter en razón al otro, cuestión nada fácil entre cabezotas.



Fue entonces, alejados el uno del otro, cuando él recopiló todas las palabras, todos los gestos, las miradas, las negaciones. Entonces cayó en la cuenta. Inevitablemente la reflexión le condujo justo directamente a la cabeza de ella. Lo entendió todo perfectamente. En parte se sintió dolido consigo mismo. La nueva perspectiva elevaba a la mujer al umbral desde el cual nunca las de su género debieron bajar. Lo abandonaron con los tiempos modernos, voluntariamente, un devenir no criticable para el hombre – “pero sí opinable al fin y al cabo”.- Sabía que era especial y noble.- “¿Cómo no caíste? ¿Cómo?"-



Puede ser que ante el impulso de lo posible pero imprevisto – lo nunca descartable para alguien que gustaba de vivir la vida intensamente es siempre un abanico amplio – olvidase el cortejo. Las mujeres que obviaban ser cortejadas carecían de mucho interés para él o, si por algún casual lo merecían, habría que buscar razones algo más complejas.



La atracción marcha en un sentido, en el contrario o en los dos. Él era consciente de lo anterior, pero siempre asumió que su papel debería ser el del iceberg que rasga un casco, el gusano que penetra en la manzana, el lanzador, aquél que toca primero el balón tras el silbido del árbitro. Si se sentía atraído por una mujer, más tarde o más temprano ésta acabaría sabiéndolo. Si no estando interesado por desconocimiento, percibía receptividad o miradas explícitas o coquetas de mujeres presumiblemente cautivadas por sus encantos, tomaba de igual modo la iniciativa.

Sus arrojos románticos – sexos esporádicos o affaires al margen – sus usos de Don Juan, demostraciones de amor y disposiciones de entrega total, precedieron siempre sus relaciones de pareja. Cortejó a sus mujeres con caballerosidad y siempre, tuviera éxito o no, les mostraba de antemano que el amor que él sentía por ellas era “de hombre”, revestido de pureza y alta nobleza.



Amar como un hombre cosiste en amar plenamente, sin escondites ni reservas, medias verdades. Amar conociendo las diferencias entre varones y hembras, aceptar el rol y cumplirlo exquisitamente. Un amor de hombre jamás tendrá resquicio animal. Cierto es que no se debería ampliar con más palabras el término amor, para quienes creen en él su mera lectura sobra. Ocurre que no siempre los hombres, aunque no lo reconozcan, no siempre aman como tales. 



Desconcertado primero, tal y como estaba ella, siguió recordándose que no la había cortejado. No hubo paso previo que dejara las puertas abiertas al romance. No se le mostró como un enamorado. Fue más allá, incluso le dijo que no lo estaba ante ese leve tercer grado al que fue sometido entre aquellas plumas.



Estaba molesto consigo mismo, cabreado por momentos. ¿Cómo pudo tener ese arrebato con una persona a la que amaba y por quien además sentía profundo respeto y admiración? ¿Cómo se arrancó a la velocidad del rayo y la besó? ¿Cómo no observó que su pasión en la efusiva amistad que mantenían venía precisamente de la forma de ser de ella? La razón que le acercó a la chica era fruto de la diferencia entre la chica y el resto del común de las mujeres que últimamente encontraba en su vida. Posiblemente era alguien tan especial para él que en un segundo, sin premeditación – y sin descarte previo – quiso hacerla suya y se entregaron el uno al otro en horas de amor hasta el momento no catalogado.



Ella, en sus preguntas y referencias a lo sucedido, sólo estaba gritando, pidiendo una explicación. Mientras, su interior lo invadían las dudas y las preguntas: ¿Por qué no me has camelado? ¿Por qué no me has hecho saber primero que sentías algo por mí? ¿Acaso no me conoces bien? ¿Y si resultara que al final tenemos una historia? Me hubiera gustado otro comienzo, los sabes. Me has dejado tan desconcertada que ahora mismo no te conozco. Y si yo sí estuviera enamorada de ti. De estarlo tendré que callarme porque no sé explicarme qué ha pasado. Releídas las conversaciones, te has mostrado tan parco en palabras que ya no sé qué narices pasa aquí.



No le salían las palabras en aquel momento, fue directo a por ella, tenía la certeza de que devolvería el beso, tal vez nuestra dama lo esperaba pero no lo pediría jamás, ella no. Se querían tanto que se daban miedo y por eso no hubo insinuaciones previas sino disimulo, frases abiertas, comentarios sobre las vidas amorosas de otros, que perspicazmente acababan con una explicación de lo que cada uno hubiera hecho de estar en los lugares de las terceras personas, cuyas aventuras trajeron sobre la mesa de aquel confortable salón.



Definitivamente el hombre llegó a la conclusión de que debió hacer el papel que siempre había hecho ante mujeres a las que amaba o, de no estar seguro de sus sentimientos, quedarse quieto y dar más tiempo. Pudiera ser que tuviera claro su amor, pero tampoco quería comprometer a su amiga, y no estaba dispuesto a perderla bajo ningún concepto, con o sin sexo, con o sin aquellos apasionantes momentos.



Relato escrito a finales de verano de 2010.





1 comentario:

  1. Como siempre... chapeau!!
    y un verdadero placer leerte.
    Un fuerte abrazo querido amigo.

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