domingo, 19 de septiembre de 2010

Inesperadamente. Quiere salir de dudas.

Llegó a casa cansada, pensando en qué hacer aquella noche hasta que vio la carta. Sólo se quitó un zapato y se sentó a leer;

<< Quiero que se de paso al otoño y recibir el frío que tan bien le sienta a este cuerpo. Deseo desgarrarte la camisa, conducir mis dedos tras tu nuca y abrir la palma de la mano para luego tentarte con las yemas y acercar tu boca a la mía.

Quiero salvar los metros que distan entre ambos y tomarte entre mis brazos, arrugarte la cara para que tus labios se aprieten sin orden, que se plieguen y luego besarte. Decididamente soltaré tu sujetador con un leve chasquido de mis dedos y te seguiré hasta la cama haciéndote parar por el camino mientras te sigo quitando la ropa.

Quiero que en tu cama estén puestas ya las mantas, será un reto ver si aguantan el vaivén. Quiero saber hasta qué punto puedo erizar tu cuerpo, salir de la duda que me plantea no saber lo que tardarás en desvanecerte entre mis brazos. Te aseguro que lo harás.

Quiero despachar los interrogantes mientras me dejas amarte. Quiero empezar por el contacto físico. Quiero ver tu cara en parte avergonzada, en parte extasiada y tener tu alma en mis manos por unos momentos. Quiero dejar de fantasear sobre lo que podría ser estar amándote. Quiero que aprendas lo que es tener un hombre al lado.

Llevo toda la vida estudiando el modo de hacerte morir de amor, largas horas viendo gestos, practicando con vírgenes del exceso, regalando los besos que son para ti por doquier y, cuando te agarre verás claro que ese camino conducía unívocamente a deshacerte, a satisfacerte a ti, a que te vuelvas loca tú por mí.

He reinventado la máquina humana que envuelve mi corazón latiendo a la limón con tus parpadeos, reingeniería de templanza. Un ser humano diseñado específicamente para acurrucarte que espera la llegada del frío y se ofrece netamente a tu merced.

Te planteo una batalla de la que nadie más que tú saldrá victoriosa y, tras deshojar tu cuerpo, cuando tengas previsto que el placer haya terminado, también desnudaré tu alma y no tendrás con quien compararme. Tus anteriores vivencias quedarán escalones más abajo. Y, tras la cama llegará el café, la cena o la charla íntima entre los dos, no querrás volver a vestirte, salir a la calle ni que yo me vaya. Mirarás insistentemente nerviosa el reloj que indique mi marcha y te quedarás desolada a la espera de verme de nuevo. De repente tu vida pasará por delante de tus ojos. Te preguntarás sobre tu ignorancia acerca de los tipos como yo.

Será por inesperado, será por indescriptible, será por mis virtudes, será por tus recuerdos. Será por la huella imborrable que imprimiré sobre tu cuerpo.

No me quedaré ahí, el impulso vital que te tengo preparado asolará tu mente, te dotará de incalculable fortaleza y, la simple idea de saber tenerme tras de ti siempre te hará creer decididamente en la suerte de tu vida, en la inmortalidad. Agradecerás íntimamente que te buscara a ti y no a otra. Voy a poner tu mundo del revés.

¿Qué por qué a ti? Eso pregúntalo al aparato que bombea la sangre que corre acelerada por mis venas para volver y volver a ser expulsada violenta y necesariamente. Porque entre tantas otras mujeres hoy creo que mi misión es hacerte feliz a ti a menos que me hagas ver que no es así. A menos que te mientas, a menos que te procures un boicot sentimental.

Quiero quitarte el frío del cuerpo, descongelarte el corazón y hacerte sentir más viva que nunca.

¿Qué por qué a ti? Pregúntatelo tú, he captado el mensaje que tu cuerpo me envía una y otra vez. Ahora, convencido, no sólo te digo que lo he captado, también cierto miedo he visto. A tu mensaje contesto con este.

No te avergüences de nada, te conozco perfectamente, no he necesitado de tocarte para saber cómo eres y creo que me vas.

Te reto a una batalla, te reto a compartir unos días de tu vida conmigo. Si pierdo me retiro, si lo haces tú, no te lo perdonarás>>

Terminada la lectura, inequivocamente era él, ahora le tocaba a ella contestar y sabía que la miraría fijamente, como siempre hacía mientras le sonreía. No tendría que decir nada porque a él las palabras le sobraban, se fijaba en los gestos, tenía tiempo aún para pensar. Se quitó el zapato que todavía calzaba y leyó más veces. Se excitó, se extrañó, pensó en la prepotencia, se sintió dulce y se quedó dormida sin saber qué contestar.

Las palabras que se escriben y no se dicen en ocasiones se encuentran en cajones propios, ajenos o compartidos. Ley de vida.